Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo de la unidad. Colosenses 3:12-14
No sé tú, pero a mí
nunca me ha gustado sentirme invadida, presionada o interrogada, cuando eso
sucede se me figura que me asfixio. Muchas veces me ha molestado la
“intromisión” de personas en lo que considero mi tiempo, mi espacio personal,
mi vida. ¿Te diste cuenta cuántos "MI" hay involucrados en el
enunciado anterior?, ¡prueba clara de la necesidad de redención continua que
tengo!. Diariamente necesito vestirme de amor, el vínculo de la unidad.
Mucho tiempo me entregué al
"individualismo" y anhelaba poseer una "independencia" y
“autosuficiencia” extremas. Lo escribo entre comillas porque esos conceptos en
sí ¡son un espejismo! Fuimos diseñadas para relacionarnos primeramente con Dios
y luego los demás, somos seres sociales y desde que nacemos necesitamos de
otros.
Debo admitir que me siento “segura”
dentro de mi pequeña “zona cómoda”, donde puedo colocar barreras protectoras
para que nadie entre más allá de donde considero adecuado, donde no me sienta
expuesta o vulnerable. Salir de ahí requiere humildad, mansedumbre, paciencia…
cada día necesito pedir eso.
Si tu naturaleza es
también así, comprenderás que: El haber sido COMPRADA y
PERTENECER a Jesucristo es algo que sacude tu universo ya que dejas de tener el
“derecho” y el “control” de tu vida, te rindes voluntariamente y sin reservas,
en una DEPENDENCIA EXTREMA a Él.
Al entregar mi vida
a Cristo es lo que hice, decidí entregarle mis pensamientos y voluntad, mi
todo. ¿Qué mayor forma de permitir una "intromisión" que esa?. En Su infinito poder Él puede transformar las áreas que han sido
manchadas y arruinadas por el pecado y hacerlas nuevas. ¡No hay nada
mejor o más seguro que eso!.
Ser totalmente independiente es una
utopía, una de las primeras tentaciones humanas: -no querer necesitar de nadie,
es similar a querer ser como Dios-(Génesis 3:4).
Nadie
puede sobrevivir solo, fuimos creados para vivir en comunidad, para ser parte
de un cuerpo, para necesitarnos, soportarnos, perdonarnos, complementarnos,
amarnos unos a otros. No importa cuántas barreras intentemos levantar, nos
perderemos de mucho aislándonos, cerrándonos.
¿Cuál es entonces el plan divino para
la vida? Podemos aprenderlo de nuestro tierno y
amoroso Creador que se despojó de Sí mismo (Filipenses 2:7-11),
perdonando, soportando, vistiéndonos cada día de Él y disfrutando la unidad que
nos brinda con los demás para aprender y crecer, para no ser endurecidas por el
pecado (Hebreos 3:13).
Hoy me resulta claro ver que no me pertenezco a mí misma, tengo un
Creador, un Redentor, un Dueño. Un diseño y plan divino perfecto y sólo eso
trae una esperanza viva, sentido, dirección y propósito a mi vida (1 Pedro
1:3-5).
El Señor no sólo desea que seamos parte de Su pueblo (Salmo 79:13), sino
que también por amor a Su nombre quiere redimirnos de toda iniquidad y
purificarnos (Isaías 43:25).
Ha sido rindiendo mi vida y saliendo
de ese ensimismamiento enfermizo que he tenido la oportunidad de ser un instrumento
del amor de Dios para el beneficio de otros, y no permanecer en mi “cápsula
segura” y egoísta. Compartir el testimonio de lo que Dios
hace en tu vida es una de las formas de llevar la semilla del Evangelio a
otros.
Cuéntame de ti. ¿Te has rendido bajo la autoridad de Dios o sigues
viviendo conforme a tus propias ideas y reglas? Te invito a considerar
seriamente rendir tu vida a Cristo, la eternidad importa. Y si ya te has
decidido a seguirle ¿cómo saldrás de tu área de comodidad y permitirás que Él
use tu vida para sembrar la semilla de Su amor y compartir las buenas
nuevas con otros?.
Te bendecimos amada mujer verdadera.
Te bendecimos amada mujer verdadera.
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